Envigado nació entre quebradas que bajan de la montaña —La Ayurá, La Mina y La Sebastiana— y se organizó temprano alrededor de una plaza e iglesia trazadas a fines del siglo XVIII, en tierras donadas por José Antonio Isazi Atuesta para la plaza, el templo, la casa cural y las primeras ocho calles. Los caminos de arriería, las huertas y los trapiches marcaron durante décadas la economía y los oficios de la localidad. Incluso su nombre parece aludir a las “vigas” de la selva con que se levantaban puentes y casas, una pista de su íntima relación con la madera, el agua y la obra de sus pobladores. Ya en el siglo XX, el paisaje rural se transformó con nuevos asentamientos y la industrialización: llegaron el ferrocarril (1914) y el tranvía (1928), se instalaron fábricas como Rosellón, calzado Rey Sol y Peldar, y nacieron barrios obreros que cambiaron costumbres y ritmos. En medio de todo, la quebrada La Ayurá siguió siendo eje vital y simbólico —archivo de memorias, motor de progreso y alerta ambiental— para una ciudad que debió aprender a mirarse entre la montaña y el río.

 

De ese devenir quedó un patrimonio natural y cultural diverso: la plaza principal y el templo de Santa Gertrudis como referentes de su tejido social. Las quebradas como marco de leyendas, actividades lúdicas y de subsistencias.  Además de una constelación de pensadores y artistas que dieron proyección nacional al municipio. Aquí dialogan y persisten los recuerdos en torno a José Félix de Restrepo, maestro ilustrado y precursor de la libertad de los esclavos; Manuel Uribe Ángel, médico, geógrafo e historiador del territorio; Fernando González Ochoa, cuya obra convirtió el paisaje en pregunta por la vida y la existencia; Débora Arango, pintora valiente que rompió moldes estéticos y morales; y Miguel Uribe Restrepo, orador y educador que defendió la palabra y los valores de una época. Entre aguas, fe, industria y palabras —con una rebeldía creativa que nunca falta—, Envigado se cuenta como un territorio donde la memoria sigue viva y se escucha: en los cauces, en las plazas y en las voces que, de generación en generación, sostienen su identidad.